Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA CRONICA DEL PERU



Comentario

La vida de Pedro Cieza


Poco se supo durante muchos años sobre Cieza de León, desde el punto de vista biográfico, pues varios de sus editores2, equivocaron fecha y lugar de nacimiento, hasta que D. Marcos Jiménez de la Espada, uno de los más beneméritos americanistas de la ciencia española, editó La Guerra de Quito3. El profundo conocimiento de los textos inéditos de Cieza y de la historia americana, y un paciente espigar en ellos, permitió a D. Marcos entresacar de las propias noticias autobiográficas de Cieza el primer curriculum vital de nuestro autor, quedando en suspenso qué fue de él una vez impresa en Sevilla (1553) la Primera parte que ahora editamos. Pero la ciencia ha tenido la suerte -que siempre acompaña al que sabe buscar en los archivos- de que un joven investigador peruano, residente muchos años en Sevilla4, bien asesorado por sus maestros sevillanos, localizara en el Archivo General de Indias y en de Protocolos de Sevilla, documentos esclarecedores de los últimos años de nuestro cronista5, de la importancia, entre otros, de su propio testamento, en que se hace luz no sólo sobre su persona, familia y proyectos, sino también sobre la amplitud de su obra, confirmando lo que se había intuido por algunos investigadores, y proporcionando, además, la fecha exacta de su fallecimiento.

Nacimiento, familia y salida para las Indias.-Cuando nació Cieza no había todavía partidas de nacimiento, sólo algunos párrocos hacían registro de bautismos, pero no es este el caso, ya que no hay documento alguno que nos informe sobre el particular. Dos aspectos tiene la fijación de su nacimiento: lugar y fecha. Quizá por figurar en varios sitios como vecino de Sevilla se creyó que era natural de la ciudad del Guadalquivir, y así lo afirma Nicolás Antonio6, lo cree Prescott7 y desde entonces lo han venido afirmando todos, copiándose unos a otros, sin haber leído al propio Cieza, que claramente lo dice en sus textos. Herrera -que como veremos lo saquea impunemente- incorpora de tal modo el texto de Cieza, que le deja hablar a él mismo, y así aparecen bien claros varios puntos8 en que Cieza afirma ser de Llerena, en Extremadura. Jiménez de la Espada se dio cuenta de ello, por su meticulosidad en la lectura de los escritos del propio cronista, y la intuición del gran erudito ha venido a ser comprobada por las investigaciones de Miguel Maticorena. Cieza, sevillano de adopción, si queremos, pero nacido en Llerena, de donde era toda su familia, que seguramente se desplazó tempranamente a Sevilla, por la fiebre de los viajes, negocios y posibilidades que ofrecía el Nuevo Mundo.

En cuanto al lugar del nacimiento, no hay pues dudas, por sus propias palabras y otros testimonios9 que fue la población de Llerena, que figura incluso como uno de sus apellidos familiares.

Por la inexistencia de los registros, como decíamos, para saber cuándo nació, y por lo tanto cuántos años vivió, debemos manejarnos con suposiciones basadas en razonamientos lógicos, empleando las mismas palabras que él estampa en sus escritos. Este procedimiento ha sido usado por la mayoría de los que se han asomado a su biografía. Fecha de cierta seguridad es la que Cieza consigna al fin de la Primera parte, que ahora se edita, al afirmar que concluía su libro el 8 de septiembre de 1550, a la edad de treinta y dos años, después de haber estado diecisiete en las Indias. En aquel tiempo las gentes tenían muy poca seguridad en el paso del tiempo y hasta llegaban a no estar seguros de su propia edad10. Analicemos este aserto de nuestro autor.

En primer lugar hay un error de dos años en lo que se refiere al tiempo que estuvo en las Indias, ya que, como veremos en este mismo parágrafo, sale de España en 1535, luego no pudo estar diecisiete años en América, sino quince. En otro lugar afirma que salió de la patria apenas con trece años. Si él creyó ciertamente que tenía treinta y dos años y que había estado diecisiete en Indias, y que había salido de trece, tampoco sale la cuenta, porque en vez de treinta y dos tendría sólo treinta. Muy largos debieron parecer a Cieza los años consumidos en exploraciones, batallas, hallazgos de tesoros y... redacción de sus libros, para que creyera que había permanecido fuera de España dos años más de lo cierto. Esta contradicción deja el asunto de la fecha exacta de su nacimiento en el mismo sitio en que -sin documentos- estaba Marcos Jiménez de la Espada11 y -con documentos- Miguel Maticorena12: que pudo nacer entre 1518 (si tenía treinta y dos en 1550) y 1520 (si salió de trece y había estado diecisiete en Indias). De todos modos hay dos datos preciosos, que salió de España, sobre lo que volveremos, muy niño, y que apenas cumplidos los treinta años ya tiene redactada su voluminosa obra. Ambos datos merecen un comentario en relación con la capacidad intelectual y de trabajo de Cieza y sobre su educación.

Por documentos publicados por Miguel Maticorena tenemos una idea completa de la constitución de la familia de Pedro Cieza de León. Los documentos13 nos informan que los padres eran Lope de León y Leonor de Cazalla (apellido que luego nos sugerirá algunas conexiones, ya en Indias), vecinos de la villa de Llerena. Los hermanos que tuvo el cronista fueron Rodrigo de Cieza, que juega un papel importante, tras la muerte de Pedro, en relación con los originales de sus obras; Leonor de Cieza, Beatriz de Cazalla y María Alvarez. Las dos primeras estaban casadas, respectivamente, con Luis de Zapata y Pedro de Cazorla, todos ellos vecinos de Llerena. Sabemos que María álvarez, recibía en 8 de agosto de 1554 la herencia que le dejara el cronista, su hermano. Es curioso que la Escribanía en que figuran todos estos documentos y datos sea la de Alonso de Cazalla14, apellido que -como vimos- era el de la madre de Pedro Cieza de León.

Con estas informaciones podemos reconstruir mentalmente un poco, en grandes líneas, la historia familiar. Se trata de un pequeño y cerrado clan llerenés, de gente acomodada, entre la que hay escribanos y comerciantes15, que se desplazan (quizá recorriendo a la inversa la antiquísima ruta de la plata) a Sevilla, atraídos por la importancia creciente de esta ciudad "cabecera de las Indias", de donde salían expediciones de las que regresaban unos pocos, pero éstos ricos o ennoblecidos. Siguió este clan familiar la marcha de tantos otros extremeños, pero sin arriesgarse como ellos a empresas de conquista, sino de administración o comercio. Salvo uno: Pedro Cieza, un casi niño, entre trece y quince años.

Es curioso que ninguno de los autores que se han ocupado de Cieza haya hecho el menor comentario sobre la marcha del adolescente a las Indias, que ninguno se haya planteado las necesarias cuestiones de a qué iba, cómo iba, si era con el consentimiento paterno o no, si se escapaba, si era atraído por el oropel de las aventuras, o si iba consignado a alguien. Y en verdad que todas estas preguntas precisan de contestaciones, o de hipótesis, que nos sitúen al muchacho dentro de un cuadro lógico. No debe bastarnos el dato, sino valorar lo que éste significa. Pasemos a las informaciones que los documentos nos dan, y que vienen a confirmar lo que con lúcida intuición y lógicos razonamientos dijera Marcos Jiménez de la Espada.

D. Marcos pensó que el paso a Indias debió verificarse entre enero de 1534 y enero de 1535, apoyándose en lo que Cieza dice en esta Primera parte de los lugares en que se halló en un comienzo en América. Gracias a los Libros de Asientos de Pasajeros a Indias.16 hallamos dos Asientos referidos a un Pedro de León -que es nuestro cronista-: uno de 2 de abril de 1535, en que se consignan los nombres de los padres, para mayor identificación, afirmando que son vecinos de Llerena, diciendo que sale para Cartagena, añadiendo que "no es de los proybidos"17. Aunque el asiento dice que "pasó con Juan de Junco a Cartagena", en tiempo pasado, lo cierto es que no debió pasar entonces18, porque hay otro asiento, de 3 de junio de 1535, en que figura que pasa a Santo Domingo "en la nao de Manuel de Maya", jurando por valedores Alonso López y Luis de Torres, que lo conocían y que no era de los prohibidos.

Ya tenemos embarcado rumbo a La Española al futuro cronista, pero sin que se resuelvan las preguntas o cuestiones que he planteado antes. No parece que salga de escondidas, ya que hombres de responsabilidad, cumpliendo los Reglamentos de la Casa de Contratación, juraron por él, y en el asiento figuran (en los dos) los nombres de los padres. Cuando progresemos en su biografía veremos que hay varios Cazallas ya en Indias, o que comercian con ellas. No es demasiado arriesgado pensar que la familia, el propio escribano Cazalla, dejaron marchar a un muchacho a "correr" aventuras, aunque éste fuera después su quehacer primero, en Indias. Más vale pensar que iba consignado a amigos, corresponsales del clan, para que se hicieran cargo de él. Si las cosas marcharon de otro modo, Cieza no lo consigna en su crónica.

Nos queda aún una importante reflexión por hacer: ¿qué formación o estudios había realizado el mozuelo hasta los trece o quince años? Indudablemente había aprendido bien a escribir, quizá en la escribanía de su tío19 Alonso de Cazalla, que luego actuaría en los momentos posteriores a su fallecimiento. En Indias no es probable que tuviera ocasión, como en esta misma Primera parte puede leerse, para hacer aprendizaje alguno, sino todo lo contrario, escribe y escribe como el que ya está habituado a ello. Pero, todo lo demás, ¿dónde lo aprendió? No tuvo tiempo material para frecuentar ningún centro docente superior y, sin embargo, cita en su obra a Valerio Máximo, a Tolomeo, con cierta seguridad, lo que nos lleva a poder afirmar que, aunque fuera "de oídas", Pedro Cieza podemos considerarlo un hombre culto y autodidacta. Al hablar de su estilo, más adelante, volveremos sobre este tema.

Primeros tiempos en Indias: 1535-1547.-Aunque el lector puede en esta Primera parte de la Crónica del Perú ir siguiendo la peripecia de Cieza de León, cómo ella va mezclada con las aventuras y desventuras de los jefes a los que sirvió como hombre de armas, o de confianza, y las descripciones de lugares, naturaleza de la tierra, carácter de las Organizaciones indígenas, frutos, introducción de cultivo, etc., hagamos una síntesis de sus correrías hasta que sale para el Perú. Síntesis como lo hiciera Jiménez de la Espada.

Aunque su destino, como vimos, era Santo Domingo, ya en el mismo 1535 se halla en Cartagena de Indias, o en su zona, puesto que afirma20 que se hallaba por entonces en Cenú. donde se habían descubierto las célebres sepulturas, llenas de tunjos de oro, que provocaron la codicia de los conquistadores y pleitos posteriores. No cabe duda de que estaba recién llegado. Que entró en las Indias por Cartagena, lo afirma en otro lugar de esta misma Primera parte, al referirse a su llegada al Perú, ... al cual por tierra [vine] desde la provincia de Cartagena. Doce años pasa, pues, en las tierras que hoy son de Colombia y Ecuador, inmerso, como vamos a ver, en las contiendas limítrofes entre los diversos capitanes, en fundaciones, en gestiones, conociendo a los principales protagonistas de los grandes hechos. No extraña, por ello, que los neogranadinos consideren a Cieza tan cronista de la Nueva Granada como del Perú21.

Marquemos los jalones de sus movimientos, año por año, según sus propias informaciones, que muchas veces han sido confirmadas por otros escritos -posteriores- o por documentos y pleitos de los conquistadores.

1536. Yo me hallé en la ciudad de San Sebastián de Buenavista, año de 153622. No dice la fecha exacta, pero sabemos que en 24 de octubre de ese año había salido la expedición de Alonso de Cáceres desde Cartagena de Indias.

1537. Se halla en Urute, con dicho capitán23. A fines de este año había salido la expedición del juez Vadillo, yendo a parar a Cali. Allí se instala Lorenzo de Aldana, enviado por Pizarro, al que le viene muy bien el refuerzo de la gente de Vadillo.

1539. Fortalecido con estas gentes, Aldana envía a Jorge Robledo a la campaña de Ancerma, que sale de Cali el 14 de febrero de este año. Entre los expedicionarios va Cieza de León. Se halla presente en la fundación de la villa de Santa Ana de los Caballeros (15 de agosto), luego llamada de Ancerma.

1540. Sigue Cieza con Robledo y asiste a la fundación de la población de Cartago, en septiembre de este año. Ya lleva cinco años y, como veremos, se ha convertido en un baquiano o práctico de la tierra. Su amistad o devoción con Robledo se va fortaleciendo.

1541. Con Robledo está en la fundación de Antioquía, el 25 de noviembre de este año, siguiendo los expedicionarios hacia el norte, en dirección a Urabá. Robledo seguía cumpliendo su cometido, sin saber que estaba en tierras que correspondían a otra concesión, realizada a favor de Alonso de Heredia. Por eso, cuando llegan los exploradores a San Sebastián de Urabá, Heredia toma preso a Robledo, por haber fundado en territorio de su demarcación, enviándolo a España.

1542. Es en este momento, en que según nuestras cuentas Cieza de León debería contar entre veinte y veintidós años, y se revela que sus jefes ya lo distinguían. Robledo preso, pide permiso a Heredia para enviar una persona que informe en Tierra Firme de la cuestión, y Heredia lo concede: el designado es Pedro Cieza.

Diligentemente Cieza cumple su cometido, y pasando a Nombre de Dios y luego a Panamá se embarca para el Sur, llegando al Puerto de Buena Ventura, pasando de allí a Cali, donde encuentra a Sebastián de Belalcázar, al que ha correspondido la gobernación de aquellos territorios, indignado con el proceder de Robledo, que al fin y al cabo ha cumplido lo que le ordenara Aldana.

En este movido año, de que nos ha dejado abundantes noticias, Cieza participa aún -desde Cartago- en la campaña contra la sublevación de los indios, rebelados por los abusos y crueldades de Juan de Cabrera y Miguel Muñoz, tenientes de Belalcázar. Habiendo fundado Muñoz la villa de Arma, Cieza se avecina en ella, recibiendo una pequeña encomienda en términos del cacique Aopiramo24. Tras siete años de residencia en las Indias, parecía que el destino le proporcionaba la posibilidad de asentarse, con la pequeña renta de su encomienda. Pero la celeridad con que se sucedían los acontecimientos en aquellas vastísimas latitudes, le iba a impedir la serenidad de un prolongado asentamiento.

1543. Las Leyes Nuevas, que se habían dictado en la Metrópoli (a juicio de muchos, inspiradas por Fr. Bartolomé de las Casas) producían efectos levantiscos. Vientos de rebelión entre los conquistadores, que veían perderse sus privilegios y sus prebendas, constreñidos por el espíritu y la letra de unas disposiciones legales, que frenaban su ilimitada acción. En el Perú está el virrey Blasco Núñez Vela, que se empeña en hacer frente a la revuelta, por la fuerza, pero con escasos medios. Belalcázar está al norte, con él hay suficiente gente, cuyo empleo en sofocar la rebelión bastaría. A Belalcázar acude el virrey, solicitando ayuda, a lo que accede éste, a cambio de que por parte de la Corona se reconocieran como suyas las fundaciones hechas por Robledo. Precio alto, al que el virrey se doblega.

Pero... para Cieza no ha llegado aún el momento en que haya de pasar al Perú, donde cimentará su fama imperecedera de gran cronista. Hombre de confianza, como vimos, de Robledo, recibe carta de éste, en que le dice que ha sido elevado a Mariscal de Antioquía, su fundación, y que regresa a las Indias, y que vaya a reunirse con él. Cieza, que se disponía a partir hacia el Perú, como voluntario, a favor del virrey, se detiene de este intento, y pasa a Cali, pensando que el nuevo Mariscal Robledo desembarcará en Buenaventura, pero no fue así. Habían de comenzar las amarguras para Cieza, que aunque había pasado hambres y miserias, no se había visto hasta entonces enzarzado en conflictos entre capitanes.

Robledo -que va desde entonces de desacierto en desacierto- se encuentra en Cartagena con el licenciado Díaz de Armendáriz, pariente suyo, que venía nombrado juez y visitador para las gobernaciones de Santa Marta, Bogotá y Popayán, pero que aún no había tomado posesión. Armendáriz aconseja a Robledo que se afirme en la gobernación no sólo de Antioquía, que era suya, sino también en Arma y Cartago, que Belalcázar pretendía le correspondían. Cieza, al encontrarse con su antiguo capitán (al que recordará incluso en el momento de redactar sus últimas voluntades) y saber los propósitos que tenía de hacerse con otras villas a más de Antioquía, quiere disuadirlo. Leamos lo que el propio Cieza nos dice:



Algunas veces, platicando yo este negocio con el Mariscal, y aún afeando la entrada, me respondió que temía de muchos que no le eran amigos, aunque en verdad yo muchas veces le dije que se retirara a la ciudad de Antiocha, pues Belalcázar venía poderoso y al fin era Gobernador del Rey, y él tenía voz de teniente de un juez no visto ni recebido por tal como S. M. mandaba25.



Robledo, desgraciadamente para él, no hizo caso de consejos, marchó a las tierras que Belalcázar consideraba (y con razón) suyas, abrió cajas, ordenó cambios, etc., mientras Belalcázar estaba haciendo que combatía a Gonzalo Pizarro. Pero regresó y pensó en tomar represalia y echar a Robledo del campo, conminándole para que lo hiciera. Este se replegó e intentó pactar, pero todo resultaría inútil. Habían pasado ya unos años decisivos para Cieza.

1546. Las gestiones de Robledo no dieron, finalmente, "resultado, retirado de lo que ocupara, no desconfió de Belalcázar, pero éste había tomado sus medidas. Cieza sí desconfiaba y aconsejaba prepararse de modo armado, pero Robledo le dijo que estuviera en Arma, esperando los acontecimientos. Acontecimientos que serían los últimos de la vida del inocente Robledo. Belalcázar lo sorprende en la loma del Poza, habiendo cercado la villa de Arma, y lo derrota, ordenando, el 5 de octubre de este año, que se le diera garrote. Belalcázar fue duro hasta el final, pues después de muerto le mandó cortar la cabeza y sobre ella puso un escrito que decía:



Si de esta vez no escarmienta Robledo, yo le tendré por muy grandioso necio.



Y aunque sus amigos quisieron llevarlo a enterrar a Arma, no lo permitió y el cadáver fue devorado por los indios, pese a que se cubrió su cuerpo con los restos de unas casas incendiadas.

Cieza, amigo, hombre de confianza de Robledo, temió, en tales circunstancias de venganzas crueles, que le pasaría algo similar (aunque no había tomado parte en el hecho de armas, en que fuera aprisionado su capitán) y se ocultó en unas minas de Quimbayá, de donde le hizo salir Hernández Girón, diciéndole que estuviera en Cali. Tranquilizado ya, se volvió a Arma, a arreglar sus asuntos económicos, regresando a Cali. Es entonces cuando tiene noticia de que, después de la muerte de Blasco Núñez Vela, en su insensato intento de reducir a los rebeldes, sin fuerzas suficientes, desde España se enviaba a una persona llena de autoridad, un clérigo que se había acreditado en los problemas de los moriscos valencianos (esto quizá no lo sabía Cieza), y que llegaba para poner orden en la Gobernación que había sido de Francisco Pizarro, cuyo hermano Gonzalo en el Perú26 capitaneaba la rebelión.

1547. De esto tuvo conocimiento en Cartago, donde se hallaba, al tiempo que desde Tumbez D. Pedro de la Gasca, que era el clérigo enviado desde España, escribía a Belalcázar, de cuya fidelidad no dudaba, que mantuviese en su gobernación el número de gente suficiente para que no hubiera peligro ni interior (con los españoles) ni exterior (con los indios). Belalcázar actúa correctamente y organiza una tropa de 200 hombres (entre los que iba Cieza), con la que sale desde Popayán.

Los años peruanos: 1548 50.-La tropa de Belalcázar va por la costa hacia el Sur, uniéndose al Presidente la Gasca en enero de 1548 en Andahuylas. Los acontecimientos se precipitan, el Presidente ya no es sólo un clérigo que con su "estola y su breviario" fuera a pacificar un reino, como parece que dijera, sino el representante del Rey, unido de patentes firmadas en blanco, para indultar o para condenar a muerte, argumentos poderosos que hicieron que muchos de los seguidores de Gonzalo Pizarro fueran abandonándolo, para engrosar la hueste real. Atravesado el Apurimac, llegan todos -Cieza entre ellos? a principios de abril a Sacsahuana27, chocando los dos contingentes en batalla el 9 del mismo mes, donde se decidiría la suerte de la rebelión, siendo hecho prisionero Gonzalo Pizarro, y ejecutado. Cieza se traslada a Lima (Ciudad de los Reyes, en la terminología del tiempo, que usa Cieza en sus escritos), donde recibe el 17 de septiembre al victorioso Presidente, que va a dedicarse a poner orden en la Gobernación, en tanto la Metrópoli designa un virrey28.

En vista de los hechos subsiguientes, en que el Presidente encarga a Pedro Cieza que continúe con sus escritos, salta la lógica pregunta: ¿Cómo supo Pedro de la Gasca que un oscuro conquistador, venido con la hueste de Belalcázar, se dedicaba a escribir? Hay que explicar el puente que une al soldado con el Presidente. Jiménez de la Espada, tan agudo en la deducción, pasa por alto este dato importante. Copiemos lo que dice al respecto:



Por este tiempo, Gasca, instruido de los trabajos históricos que ocupaban al modesto soldado, y estimándolos en todo lo que valían, le ordenó que escribiese o acabase la Crónica del Perú...29.



¿Cómo fue instruido Gasca de estos quehaceres? Nadie lo ha explicado hasta ahora y creo que es fácil, sin embargo, hacer una suposición bastante lógica, sobre los datos que la investigación de Maticorena nos proporciona. El secretario de Pedro de la Gasca era Pedro López de Cazalla, Escribano Mayor de la Nueva Castilla (nombre oficial del Perú), y es mucha coincidencia que lleve el mismo apellido que la madre de Cieza. No parece arriesgado suponer que en el tiempo que media entre la batalla de Sacsahuana o Jaquijahuana (abril de 1548) y la llegada de Gasca a Lima (septiembre del mismo año), Cieza, que se ha trasladado a Lima, tomara contacto con el que suponemos pariente suyo, le mostrara las notas que había ido tomando y quizá los folios que redactara en los tranquilos tiempos de Arma, y surgiera entre ambos el proyecto de que Cieza se convirtiera en el cronista de los últimos sucesos. Si esto es cierto, todo se explica mejor y tiene sentido que el proyecto fuera aceptado por el Presidente, que lo nombra Cronista oficial de Indias30, con el encargo de redactar también la parte de lo últimamente acaecido, así como lo sucedido anteriormente.

Con el debido respeto a la memoria científica del gran maestro Jiménez de la Espada, creo que hay que rectificar alguna de las palabras -y los conceptos que ellas encierran- del párrafo copiado. A Gasca no le importa que sean históricos los trabajos del "oscuro soldado", sino que sean relatos de hechos sucedidos contemporáneamente, porque este era, según la terminología imperante en la Castilla del siglo XV, el cometido de un cronista, al que no se diputaba historiador. Recuérdese que desde el siglo XIII hay la distinción, por obra de Alfonso X, el Sabio, entre la General Storia y la Crónica General; la primera es reconstrucción del pasado histórico; la segunda, el re, lato de lo que va sucediendo. Por eso, además del nombramiento, Gasca le proporciona las notas que ha ido tomando sobre los últimos sucesos de la pacificación del reino.

No podemos dudar de que el Presidente, para depositar este tipo de confianza, tuvo que cerciorarse por sí mismo de la calidad de los escritos del "oscuro soldado", y hallaría en ellos que no sólo "contaba" sucesos, sino que describía tierras y hombres, costumbres y productos, animales y plantas, por lo que seria necesario que hiciese lo mismo en el Perú. A tal fin se organiza un viaje de Cieza por las partes de la tierra que ni el mismo Gasca conocía, al cual fin el Presidente proporciona cartas para los corregidores y justicias de los lugares que ha de visitar (Cuzco, Potosí, La Plata, etc.) desde la costa hasta el Collao (el antiguo Collasuyu de los incas), para que le faciliten la consulta de papeles oficiales y le busquen los medios para que tenga plena información31.

Así, el "oscuro soldado" se convierte en cronista y en primer investigador oficial de las cosas32 del país que visitaba. Cieza atraviesa desde 1549 hasta septiembre de 1550, que lo hallamos ya en Lima, los lugares más importantes del Perú, preguntando, inquiriendo, ordenando y probablemente redactando sobre la marcha. En Lima, según sus propias palabras, como veremos, da la obra primera por terminada. En ese 1550, después de quince años (y no diez y siete como él afirma, equivocándose, como vimos) de estancia en las Indias, regresa definitivamente a España.

Pero antes de volver a la patria, Cieza ya tenía pensado lo que en ella haría: editar su libro y... casarse, para lo cual, en Lima, el 19 de agosto de ese mismo año de 1550, acuerda con el mercader Juan López, hijo de Juan de Llerena -otra vez la patria chica de Cieza- y María de Abréu, el casamiento con la hermana de aquél, Isabel López. Este acuerdo se formaliza ante el notario de la Ciudad de los Reyes, Simón de Alzate33, indicando el monto de las aportaciones económicas de cada uno: Cieza aportaría 2.000 coronas y la dote de Isabel sería de 4.000. Como vemos, Cieza no regresaba empobrecido. En 11 de septiembre Cieza otorgaba una carta de poder para poder casarse con Isabel en Sevilla34.

Los años españoles: 1550 1554.-De estos últimos anos muy poco se sabía hasta que Maticorena buceó en los archivos hispalenses, bien guiado por su instinto y el consejo de sus amigos y profesores sevillanos35. Hemos, pues, de abandonar las informaciones y deducciones de D. Marcos, para seguir los datos del investigador peruano. Hasta entonces sólo se sabía que había visitado a Felipe, infante de España todavía36, en Toledo, y que editaba su Primera Parte de la Crónica del Perú, en 1553. No se sabía en qué año había muerto, asegurando algún autor que en 1560, pobre y olvidado37.

Repasemos, a grandes trazos, como hemos hecho hasta ahora, el quehacer de Cieza en España, especialmente en Sevilla, residiendo en la calle de Armas, sus aspectos económicos y familiares, reveladores, aunque no gratos, porque concluyen prontamente con el óbito del gran cronista. Ya dijimos que dos ideas traía a España -aparte de algunos bienes no despreciables- y las dos las cumpliría: casarse y editar su obra. Para lo primero venia con los poderes y acuerdos tomados en Lima con el hermano de su futura esposa -vinculada también a la nativa Llerena-; para lo segundo sabía que tenla que conseguir licencias, permisos, censuras, etc., pero venía provisto del nombramiento de cronista que le había dado Gasca en el Perú, documentación que depositaría seguramente en el Consejo de Indias, pues sin ello, muchos años después, no habría podido certificarlo el cronista oficial Antonio de Herrera.

Las gentes de su familia hablan mantenido desde antiguo relaciones con las Indias, y por ello había conocido en el Perú al que seria luego su cuñado. Su futuro suegro, Juan de Llerena, tenía grandes y seguros negocios en Tierra Firme, pues en Nombre de Dios residía su corresponsal -¡otra vez un apellido familiar!-, Alonso de Cazalla. No hubo, pues, dificultad para el matrimonio con Isabel López, celebrado en Sevilla. En 10 de agosto de 1551 Cieza hace una donación, en arras, de 2.000 coronas, de 350 maravedís cada una, a su esposa, que también participaba con una sustanciosa dote, pagada -en pronto pago- con 2.000 escudos y el resto en especies muy valiosas.

No hemos de suponer que los trámites notariales y matrimoniales absorbieran todo el tiempo del cronista, que debió repasar sus escritos, ponerlos en limpio -y ampliarlos, porque da noticia en ellos de sucesos acaecidos después de su regreso de las Indias-, para presentarlos a donde tenía pensado. A donde tenía pensado era nada menos que al Príncipe Felipe, pocos años después rey de España, como Felipe II. Con un certero instinto, de que si el que había sido regente de algunos reinos de su padre Carlos I, y ya tenía experiencia de gobierno y autoridad personal, quedaba complacido por la lectura de su Crónica, los trámites irían más ligeros. Y, en efecto, así fue. Visitando probablemente a comienzo de 1552 a Felipe en Toledo, obtenía las licencias para imprimir su libro en Sevilla38 en 1553. Quien haya escrito libros sabe el placer paternal que experimenta el autor, al verlo en negro sobre blanco, en numerosos ejemplares que permitan que su lectura llegue a muchas personas. Este fue quizá el último goce que disfrutó en vida Pedro Cieza.

El año 1554 es fatal para la familia que ha constituido Cieza. En mayo fallece Isabel, y la delicada salud de Pedro (no tenemos noticia de cuál fuera su dolencia, y cabe pensar que fuera algo contraído en Indias) se agrava inmediatamente, ya que el 23 de junio hace testamento, tan débil que no puede redactar el borrador, y ha de ser su suegro el que vaya escribiendo las últimas voluntades, pues el cronista no podía ya mover las manos -:que tantos y tantos folios habían emborronado-, aunque su cabeza estaba firme. Once días después, Pedro Cieza de León entregaba su alma a Dios. Según sus deseos fue enterrado en la Parroquia de San Vicente, al lado de su esposa.

Su testamento es un documento inapreciable, desde todos los puntos de vista. En él va retratado su espíritu cristiano, su fe en Dios, su honestidad económica, su pesar por los males que habían producido los españoles en las Indias, sobre todo con sus guerras entre ellos. Pero también, desde nuestro punto de vista, es un documento insustituible para conocer muchos detalles de sus relaciones personales, de la naturaleza y volumen de su a sus albaceas que le dieran. Viene obra, del destino que pensaba darle, si viviera, o que encomendaba, en fin, retratado su amor por la patria chica, por Llerena. Entre las muchas mandas y donaciones que hace para instituciones religiosas e iglesias, destacan especialmente las destinadas a Santa Catalina de Llerena, y a todos los hospitales de la villa, así como 200 ducados para las obras del Monasterio de Nuestro Señor de los Remedios de la misma. Minuciosamente ordena la devolución de dineros que se le habían confiado, o que debía a gentes de Indias. Penetrado del profundo sentido cristiano de la restitución, ordena mandas para que se reparen los males que, ignorando a quién, haya producido en Indias. Es emocionante destacar dos especiales recuerdos: a su capitán Robledo (informándonos de paso que salió económicamente garante por él) y reparación a los indios. Vale la pena copiar lo que a ellos se refiere:



Y ten digo que porque soy en cargo y soy obligado a restitución de trezientos ducados que me dieron ciertos indios, que tuve encomendados para que los endustriase, lo qual yo no hize y porque son muertos y no se podría en ninguna manera hazer restitución a ellos, que por descargo de mi conciencia, y por que ellos no eran cristianos ni lo son, y viven mal, mando que estos trezientos ducados se den en limosna a tres hermanas que yo tengo, muy pobres...



Más adelante añade, pidiendo se haga composición con la Cruzada:



... por razón de yo haber andado en el descubrimiento de algunas partes de las Yndias, y haberme hallado con la gente de guerra en muchos trances que contra yndios ha habido, así en descubrimiento como en guerras personales39, y en daños que con gente de guerra me he hallado, que se han hecho contra los dichos yndios y sus pueblos y haciendas, así ofendiendo como defendiendo, de los cuales daños no tengo ni puedo tener cierta razón, ni memoria para restituirlo, y por esto para seguridad de mi conciencia y quitar cualquier escrúpulo que dello podría tener, les ruego y encargo a los dichos mis albaceas que si yo no hiciese la dicha composición, que ellos la hagan por mí.



Observa Maticorena que en estos párrafos asoma un espíritu lascasiano, producto de la difusión de las doctrinas del dominico, pero que no son única muestra de tal espíritu -como el lector podrá comprobar en varios párrafos de esta Primera parte de la Crónica del Perú-, ya que en muchos capítulos asoma este sentimiento cristiano de dolor por los daños de la Conquista, daños sufridos por los indios. Pero no se trata sólo de una deducción, sino que puede haber una certeza de la admiración que tiene por Fr. Bartolomé, cuando encomienda a sus albaceas que si sus libros inéditos no se publicasen, que los enviaran al obispo de Chiapas. Flota en este mandato su admiración y confianza en la persona y criterio de Fr. Bartolomé.